Cuando el mundo aún estaba a medio inventar, la construcción de Canal de Castilla se concibió como la forma de comunicación más eficaz y moderna de su tiempo. La única manera viable en el siglo XVIII de comunicar la Castilla profunda con el mundo a través del mar. La idea, de locos se mire como se mire, era construir una autopista de agua en la que echar a flotar la mercancía y llevarla hasta los puertos del Cantábrico: la harina de los inmensos trigales, principalmente, a cambio de hacer llegar desde ellos lo que pudiera venir de fuera, azúcar, entre otras mil cosas.
Hoy, aquel empeño hecho realidad, además de útil -abastece de agua a más de 200.000 personas y riega más de 23.000 hectáreas- puede ser fuente de infinitos placeres. Porque para el viajero inquieto o curioso el canal ofrece un montón de excusas, un montón de maneras de disfrutarlo, de recorrerlo, de verlo, de acercarse a él. Estas son algunas de ellas.