Alonso Berruguete nace, según todos los indicios, entre 1491 y 1492 en la villa de Paredes de Nava. Era hijo del pintor Pedro González Berruguete y de Elvira González, por lo que si tomamos los primeros apellidos de sus padres debería llamarse en la actualidad Alonso González González. En el testamento de Lázaro Díaz, sobrino carnal de Alonso Berruguete se nos da la lista de los hijos de Pedro Berruguete: Cristina, Isabel, Pedro, Alonso, Elvira (madre de Lázaro Díaz) y Carolina.
Alonso pasa la mayor parte de su infancia y adolescencia en Paredes de Nava, en compañía de sus padres y teniendo como principal enseñanza el propio taller y actividad de su padre.
Entre 1497 y 1500 es posible que se desplazara toda la familia a Toledo, y allí tuvo ocasión de conocer y vivir el ambiente artístico con otros maestros que, como su padre, también trabajaban en la catedral toledana.
También tenemos constancia de que Alonso estuvo en Italia, y aunque no tenemos la fecha exacta de su partida y regreso, si sabemos que en 1505 y en 1508 debió estar por tierras italianas. En 1507 hay que situar a Alonso en Valladolid admirando la gran obra renacentista de Lorenzo Vázquez y preparando el viaje a Italia.
No sabemos el momento preciso de su partida a Italia, pero sí se puede afirmar su presencia en Florencia y Roma al lado de los artistas italianos de mayor prestigio, por las abundantes referencias de hombres tan conocidos como el gran Miguel Angel o Vasari.
La influencia miguelangelesca en Berruguete es clara y terminante; “La batalla de Cascina” de Miguel Angel fue su obra inspiradora. Lamentablemente hoy sólo existen copias, por haber sido destruídos los cartones por Boccio Bandinelli, según relata Vasari, confirmando la presencia, estudio y copia que de tal obra hizo Alonso Berruguete.
En 1505 se descubre en las termas de Tito la escultura de “Laocoonte y sus hijos”, obra cumbre de la antigüedad clásica. Alonso fue uno de los elegidos para copiarla aunque no llegara a ser el vencedor en el concurso. Rafael Sancio, el gran Rafael, decidió que la mejor copia era la de Sansovino.
A Alonso Berruguete ya se le menciona en 1508 como pintor de oficio y no aprendiz, y se le atribuyen varias pinturas como la “Sacra conversación”, de la galería Borguese de Roma, un “Tondo” del Palacio Veccio de Florencia, y un retrato del museo de Budapest, que Longhi supone que es un autoretrato. Son también de su mano “La Virgen con el niño” y “Salomé” de la iglesia de los Uffizi, de gran influencia leordanesca.
En 1517 Alonso Berruguete fue nombrado pintor del Rey con el tratamiento de “Magnífico Señor” y figuraba en el séquito del Rey, pero cansado de andar tras la corte y sin demasiado éxito en su oficio como pintor, solicita del Rey Carlos I ser nombrado “Escribano del Crimen de la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid”, con intención de asentarse definitivamente en esta villa. Tal nombramiento se produce en 1523.
Berruguete, hombre poco adaptado a la sumisión y constancia del funcionariado, no cumple con sus obligaciones y en 1542 renuncia a este cargo. Según afirma Camón Aznar, “El mejor elogio que puede hacerse de Berruguete es declarar su incompatibilidad con ese oficio tan poco adecuado para un artista de su inspiración”.
En 1523 se inicia su etapa vallisoletana con el contrato para la ejecución del “Retablo de la Mejorada de Olmedo” con la colaboración de Vasco de la Zarza, que muere un año después.
En 1526 contrata el “Retablo de San Benito de Valladolid”, obra en la que se asienta buena parte de su fama. El prestigio de Berruguete como principal escultor de la escuela castellana queda fuertemente consolidado. En este mismo año contrae matrimonio con Juana Pereda, de Medina de Rioseco, con la que va a tener 4 hijos: Alonso, Luisa, Petronila y Pedro.
Por estas mismas fechas contrata unos retablos de alabastro para la misma iglesia de San Benito, que labran sus discípulos Cornielis y Juan de Cambray y talla el Retablo de los Irlandeses en Salamanca y da una traza para el “Retablo de la Capilla de los Reyes Nuevos de Toledo”.
En 1528 comienza la construcción de su casa palacio. Esta mansión, de la que hoy quedan unos escasos restos, la dedicó, además de vivienda, a taller. En él se realizaron un buen número de obras de la mejor traza berruguetesca y trabajaron los más famosos discípulos que después colmarán la escuela palentina: Francisco Giralte, Juan de Cambray, Cornielis de Holanda, Manuel Álvarez y otros más.
Por último en 1537 contrata el magistral “Retablo de la Adoración de los Reyes” en la parroquia de Santiago de Valladolid. Con esta última obra se puede dar por finalizada la etapa estrictamente vallisoletana del artista, pues designado el Cardenal Tavera como arzobispo de Toledo, Alonso Berruguete se traslada a esta ciudad para trabajar en algunos proyectos del Cardenal.
A los 45 años de edad, Berruguete, aunque permanezca siendo vecino y radicando en Valladolid, inicia la gran etapa toledana.
El contacto con nuevos círculos artísticos y su propia evolución determinan en su arte una tendencia hacia un estilo más sereno, más atento a la belleza formal aunque en todo momento aflora la huella de su genialidad y exaltado expresivismo.
Ya en 1535 vemos a Alonso en Toledo para tratar de la sillería del coro de la catedral.
En 1539 se obliga a hacer 35 sillas del coro, del lado de la Epístola; a su rival y amigo Felipe de Bigarny se le encomienda las del lado del Evangelio. La silla arzobispal con su remate, que había sido encomendada a Bigarny, por muerte de éste fue realizada por Berruguete.
Por estos años Alonso Berruguete adquiere el Señorío de Villatoquite, cerca de Paredes de Nava, y allí instala su taller. No obstante, en 1557 se ve obligado a renunciar a este señorío. Este afán señorial se concretará al final de su vida en la adquisición del señorío de Ventosa de la Cuesta (Valladolid), como consecuencia de la gran bancarrota con que inició Felipe II su reinado.
Pocos días después del 13 de Septiembre de 1561, cuando se encontraba en el Hospital de Afuera de Toledo para entregar el sepulcro del Cardenal de Tavera, muere en brazos de su primogénito.
La última obra en la que intervino y que dejó sin acabar fue el retablo de la iglesia de Santiago de Cáceres.
Considerado como una de las “águilas del Renacimiento”, Alonso Berruguete ocupa una posición central en la interpretación del Renacimiento Castellano. En su obra supo fundir las enseñanzas del arte italiano (principalmente de Leonardo Da Vinci y Miguel Angel) con la tradición del arte hispano-flamenco aún latente en el peculiar estilo pictórico de su padre, y crear los fundamentos de un estilo en el que la valoración del contenido expresivo alcanza la primacía, frente al concepto de belleza formal de los maestros italianos.
La valoración que se puede hacer de un artista como Alonso Berruguete, viene condicionada no sólo por lo que su aportación ha representado en el campo de la escultura, sino también por su personalidad y temperamento. En efecto, A. Berruguete es el escultor más famoso del siglo XVI. El crédito del que gozó está comprobado por las declaraciones que figuran en los documentos: “docto y perito en las artes, la persona más hábil, sabia y experta, etc…”. Como consecuencia de esta estima, fue solicitado por personas y entidades poderosas: el Emperador Carlos V, Dª Francisca de Zúñiga, perteneciente a la familia de los Caballeros de Olmedo, el Abad del Monasterio de San Benito de Valladolid, D. Alfonso de Fonseca, arzobispo de Toledo, el financiero D. Diego de la Haya, el Cardenal Tavera, etc…
Su arte es esencialmente religioso y por tanto La Iglesia va a ser la destinataria de su producción. Si Berruguete es un escultor de imágenes religiosas se debe, en parte, al fracaso de convertirse en pintor de Corte. El nuevo ambiente cortesano que crea la presencia de Carlos V durante los primeros años del siglo XVI, va a ser decisivo para el desarrollo de las artes. En torno a la corte del Emperador, trabajan una serie de artistas que, si bien forman parte del ambiente cortesano, tienen que someterse a las exigencias y directrices que emanan de la Corte. El rechazo de esa Corte a los artistas que, como Alonso Berruguete, proponían una alternativa patética y emocional de la imagen, determina su apartamiento de la misma y le lleva a integrarse en la vida cotidiana de una ciudad castellana. Palencia podía haber sido la ciudad en que fijara su residencia, pero debido a la situación de privilegio y mecenazgo del Obispado, el foco de atracción de la escultura se va desplazando a Valladolid, que terminará por ser el centro de la escultura castellana. Valladolid era una ciudad residencial de la Corte. No era una ciudad comerciante como Burgos ni financiera como Medina; era la capital política de Castilla, de ricos magnates y rentistas. En este ambiente cortesano y de riquezas se desarrolla la obra de Berruguete.
Es lógico pensar que antes de marchar a Italia hubo de formarse en alguno de los centros de arte castellano. Azcárate ha señalado la posible formación de Berruguete en los talleres de la catedral de Palencia, donde trabajaron Felipe Bigarny y Pedro Guadalupe, pero sería su estancia en Italia la que le permitiera un conocimiento de los maestros del Renacimiento: Miguel Ángel, Ghiberti y Donatello. Toda su obra está motivada por una exaltación espiritual que determina no sólo las formas de sus imágenes sino hasta su misma técnica. Dramatiza la acción, las figuras se concentran en sí mismas, y el dolor es tan intenso que se manifiesta en la tensión de sus carnes.
Como la mayor parte de los escultores de su tiempo, Berruguete es un gran conocedor de la anatomía del cuerpo humano. Ello le permite la libertad de sus composiciones, deforma la figura, y comete frecuentes incorrecciones que intenta disimular de una u otra manera sin afectar el sentido expresivo de la imagen.
Berruguete se nos presenta como un anticlásico, como el escultor que alarga el canon y desdeña el sentido de la belleza. No hay en sus esculturas un equilibrio renacentista. Las figuras se proyectan hacia delante por medio de brazos o piernas, o hacia los lados, o bien las coloca sobre una sola pierna dando la sensación de inestabilidad. Este desequilibrio y dramatismo nos podría llevar a denominar las figuras de Berruguete como “barrocas”. pero hoy existe un término que cada vez se usa más para denominar a este arte del siglo XVI: el Manierismo. En efecto, Berruguete es un gran escultor manierista. Así se manifiesta en los gestos contorsionados, las líneas de ritmo trepidante y los caprichos anatómicos.
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