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Arco de Entrada o de la Muralla

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El arco de la entrada, conocido como “Puerta de la Villa” o “Arco de Santa María”, es de estilo ojival, del s. XVIII, un estilo que dominó Europa durante los últimos tres siglos de la Edad Media, y cuyo empleo consistía en el empleo de la ojiva para toda clase de arcos.

Los únicos restos que se conserva de la antigua muralla medieval que rodeaba el pueblo, es la puerta principal al poblado o ” Puerta de la Villa” u otros restos del Arco de Entrada que se levantaba sobre el ábside de San Miguel, en el extremo sur de la villa.

Tan sólo ha llegado a nosotros de las siete puertas que tuvo Becerril y en perfecto estado de conservación la mencionada, “Puerta de la Villa” .

En un Libro de Acuerdos del 19 de Agosto de 1715, se dice:

“…asimismo en este Ayuntamiento se acordó que por cuanto el fruto de las viñas baja madurando y con motivo de haberse acabado de recoger los frutos del pan, se van al campo a coger entre las viñas y las maltratan en gran perjuicio de los demás vecinos y para su acuerdo dijeron que deberían de nombrar jurados según es costumbre en esta villa por sus parroquias para que asistan a las entradas de las puertas de la villa y que se encontrasen alguna persona con uvas den cuenta asimismo otro, Concejo. Para que castigue a las personas que hubieran dañado para su ejecución dijeron que nombraron por jurados a dos personas por cada una de las parroquias de San Martín, Santa María, San Pedro, San Juan, San Pelayo, San Miguel y Santa Eugenia.”

Por lo que, probablemente pudo existir un total de siete puertas a lo largo de todo el perímetro de la muralla, todas ellas construidas en las proximidades de las iglesias o como en el caso de San Miguel junto a la misma iglesia.

En la memoria de muchos está el llamado “Portillo”, pequeño barrio situado en las cercanías a San Pelayo. Donde probablemente fuese el lugar destinado de otra de las siete puertas de entrada, si bien dicha barriada era bien conocida por habituales conflictos y riñas entre vecinos. De este modo se hicieron merecedores de la frase “Cuando no hay toros, hay novillos”.

Estas puertas adquirían un gran valor de protección en casos de guerras o de que hubiere enfermedades contagiosas impidiendo que estas se difundieran. Para el control de sus portones existía la figura del “guardián”, bajo su responsabilidad quedaba la entrada y salida de personas. Cuando no hacía bien su cometido según las ordenes marcadas eran penalizados con una multa de 10.000 maravedíes o 200 azotes, tanto al guardián como a la persona o personas que entrasen o saliesen sin permiso.

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